El poema de un adolescente comprometido con los demás, un defecto difícil de evitar para algunos. Escrito hace 14 años. Lo peor de esto es que todavía hoy en día es necesario estar recordándolo. © Daniel Villalba Durán | Un sabio sin dignidad, que ya no sabe amar, no cree en Dioses ni religiones. Creía en el análisis de la experiencia, en la vida, en la autosuficiencia. No tiene mujer, pero la tuvo, no tiene felicidad, pero la tuvo, no tiene hijos, pero los tuvo, no tiene hogar, pero lo tuvo; ahora sólo es un hombre sin nombre. El nombre lo olvidó, pues se odió a si mismo por perder su hogar, mujer e hijos. ¡Sí, él los perdió! Causó tanto daño su pérdida que su casa regaló. Jardines, fuentes y piscina, el vestidor de Esther, el poni de Marisa, el ordenador de Miguel, todo era de ellos, no quería nada para él. Les dio todo su dinero y juró no volver. No existía bien que reparase su pérdida, había perdido una familia perfecta, toda su vida por su inconsciencia. Era guapo, deportista e inteligente, pero ya no podía jugar con Miguel, ni hacer cosquillas a Marisa, los recuerdos son dolorosos en su mente, no puede soportar el pasado, ni dejar de escuchar a su difunta mujer, el mejor de los amores, tan hermoso y apasionado que era imposible de perder. En sus recuerdos había otra familia casi igual a la suya, ¡Maldito sea su error! que con todo acabó, la felicidad de dos familias, su mujer y sus hijos y el padre de otros dos, ¡Sí, él fue quien los mató! Y ahora, frente a las vías del tren, con cobardía y sin dignidad, lo recuerda como si fuese ayer, una luz cegadora y las palabras de su mujer. Fue un gran dolor el que sufrió, pero no fue el golpe del tren, antes de que su vida extinguiera, fue ese tormento, lo último que sintió: "cuando vayas a conducir, no bebas" |